La falimia y otras Hierbas
Hace tiempo, pero no tanto como parece ahora que miramos atrás, nuestras noches televisivas las amenizaban un pacato Emilio Aragón, viudo y con tres hijos, que rompía las normas casándose con su cuñada que, para más datos, estaba bien soltera. O la entrañable Concha Cuetos, que pese a verse arrojada al divorcio por la actitud licenciosa de su atolondrado marido Carlos Larrañaga, mantenía con su ex una relación impecable, salvo algún que otro "rifi-rafe" a la hora de pedir el cheque de la manutención de los hijos. Hoy nuestra televisión ha cambiado. Nuestra familia televisiva de hoy está encabezada por Antonio Resines, un pazguato padre de familia viudo que se casa con la divorciada, tolerante y modernísima Belén Rueda. Resines aporta el toque cómico con su conservadurismo, y Belén Rueda lo va educando con sus ideas modernas, enseñándole que lo normal es que las niñas vayan al colegio vestidas como si fueran a la discoteca y cosas por el estilo.
No es la televisión lo que ha cambiado. Es nuestro concepto de familia. Hay nuevos modelos de familia que no sólo son socialmente aceptables, sino que además quien esté en contra es un "carca".
Uno de ellos es el rebujito. Resumiendo, se trata de la familia, generalmente numerosa, en que hay hijos de varios padres o de varias madres (o ambos), y en que uno de los cónyuges (o ambos) ha tenido más de una relación estable. Imagínense el lío para juntar a abuelos y tíos de todo el mundo en navidades.
Otro tipo familiar, y esta de nuevo cuño, es la familia de homosexuales. Parejas que ya no ocultan sus tendencias sexuales (y eso me parece muy bien), que se registran como parejas de hecho, y si bien Dios no remedia esta metedura de pata de banco, hasta podrán contraer matrimonio, si bien he dejado claro que hay que cambiarle el nombre a eso y que, probablemente, reclamen con más ahínco (y quizá obtengan) el derecho a adoptar niños.
Además, tipos de familias que antes suponían una cierta marginación social, como las madres solteras, o que escaseaban, como las parejas divorciadas que se turnan los hijos, ahora son el pan nuestro de cada día. En realidad, hoy ya lo raro, y parece apuntar a que son especie en extinción, son los matrimonios de toda la vida, de esos con padre y madre casados y felices y uno o varios hijos.
No me interpreten mal: creo ser suficientemente tolerante, y de hecho considero que cada cual puede vivir en su casa como le plazca, que yo procuraré hacer otro tanto en la mía. Verán, mi intención no es decir si me parece justo o injusto, moral o inmoral, que se realicen estos cambios. Sobre los matrimonios Homosexuales ya me he pronunciado y he dejado mi parecer al respecto. Pero sí pretendo hacer una reflexión.
Nuestra sociedad ha cambiado mucho. Pero el cambio fundamental es que ahora el centro, es la primera persona del singular. Vivimos en la sociedad del bienestar, y nunca mejor dicho. Al parecer lo único importante es nuestro bienestar personal. «No voy a estar toda la vida sufriendo», dicen algunos, y como la afirmación tiene cierta lógica lo seguimos a rajatabla. Pero en ocasiones sí hay que sacrificarse un poco.
Evidentemente no quiero poner en tela de juicio la situación desafortunada en que acaban muchas parejas, casos de violencia doméstica y similares. Me refiero más bien a las cosas que acontecen día a día en nuestros hogares, pequeñas peleas y discusiones que nuestro ego dolido magnifican hasta lo inimaginable. Matrimonios que otrora se hubiesen dado una segunda oportunidad hoy se rompen con demasiada facilidad por no magullar a nuestro ego dolido. Dentro de poco, un proyecto de vida se romperá en diez días. Por no hablar de los muchísimos matrimonios que se han celebrado y se celebrarán apoyados en la certeza de que el divorcio existe, una especie de «si no queda satisfecho, le devolvemos su soltería».
Nadie se preocupa por los hijos. Corrijo, pues los colectivos feministas han puesto el grito en el cielo al oír hablar de custodia compartida: nadie se preocupa verdaderamente por los hijos. Problemas de custodia, turnos de fin de semana como quien comparte una plaza de garaje: «Yo lo dejo a las tres y entonces te toca a ti». Niños que se convierten en armas arrojadizas con las que atormentar al otro. Jueces que deciden quien merece verlos a diario con criterios, cuando menos, discutibles. El divorcio se convierte en un combate por la dignidad. Quien se queda al niño, gana. La gente que negocia así con sus hijos (muchos más de los que ustedes se imaginan, que no es oro todo lo que reluce), sencillamente, me produce náuseas. Lo veo a diario en los nuevos Juzgados de Familia.
Hijos que además, parece que no tienen opinión. Cuántas veces se han visto madres sobreprotectoras que se niegan a llevar a sus hijos ante el juez porque «es muy pequeño y no quiero que se le cree un trauma». Otra vez nos engañamos con la psicología barata. Señora, su hijo no se va a traumatizar por ver al juez; de hecho cuando un juez interroga a un niño, lo suele hacer en un ambiente lo más aséptico posible, y sin la toga: de hecho ya está traumatizado (aunque a veces lo disimule) porque su padre y su madre no viven juntos ni se quieren.
Y, como dije antes, hay parejas que se casan un poco a la ligera porque, en todo caso, un buen divorcio siempre puede solucionar nuestros errores. La pareja que se casa a la ligera, tiene hijos a la ligera, casi porque toca. Y luego... ya sabemos lo que pasa.
No digo que uno no tenga derecho a salir rápido de un mal matrimonio, o que los homosexuales no tengan derecho a casarse y a adoptar. Sólo digo que asuntos tan serios merecen muchas y muy profundas reflexiones. Primero, por parte del Estado que regulará la creación y disolución de esas familias. Pero, mucho más importante, reflexión por parte de todos, y digo todos, los que se verán afectados. Porque siempre hay terceros perjudicados en los que no pensamos a tiempo. Todos tenemos derecho. Incluso los otros.
No es la televisión lo que ha cambiado. Es nuestro concepto de familia. Hay nuevos modelos de familia que no sólo son socialmente aceptables, sino que además quien esté en contra es un "carca".
Uno de ellos es el rebujito. Resumiendo, se trata de la familia, generalmente numerosa, en que hay hijos de varios padres o de varias madres (o ambos), y en que uno de los cónyuges (o ambos) ha tenido más de una relación estable. Imagínense el lío para juntar a abuelos y tíos de todo el mundo en navidades.
Otro tipo familiar, y esta de nuevo cuño, es la familia de homosexuales. Parejas que ya no ocultan sus tendencias sexuales (y eso me parece muy bien), que se registran como parejas de hecho, y si bien Dios no remedia esta metedura de pata de banco, hasta podrán contraer matrimonio, si bien he dejado claro que hay que cambiarle el nombre a eso y que, probablemente, reclamen con más ahínco (y quizá obtengan) el derecho a adoptar niños.
Además, tipos de familias que antes suponían una cierta marginación social, como las madres solteras, o que escaseaban, como las parejas divorciadas que se turnan los hijos, ahora son el pan nuestro de cada día. En realidad, hoy ya lo raro, y parece apuntar a que son especie en extinción, son los matrimonios de toda la vida, de esos con padre y madre casados y felices y uno o varios hijos.
No me interpreten mal: creo ser suficientemente tolerante, y de hecho considero que cada cual puede vivir en su casa como le plazca, que yo procuraré hacer otro tanto en la mía. Verán, mi intención no es decir si me parece justo o injusto, moral o inmoral, que se realicen estos cambios. Sobre los matrimonios Homosexuales ya me he pronunciado y he dejado mi parecer al respecto. Pero sí pretendo hacer una reflexión.
Nuestra sociedad ha cambiado mucho. Pero el cambio fundamental es que ahora el centro, es la primera persona del singular. Vivimos en la sociedad del bienestar, y nunca mejor dicho. Al parecer lo único importante es nuestro bienestar personal. «No voy a estar toda la vida sufriendo», dicen algunos, y como la afirmación tiene cierta lógica lo seguimos a rajatabla. Pero en ocasiones sí hay que sacrificarse un poco.
Evidentemente no quiero poner en tela de juicio la situación desafortunada en que acaban muchas parejas, casos de violencia doméstica y similares. Me refiero más bien a las cosas que acontecen día a día en nuestros hogares, pequeñas peleas y discusiones que nuestro ego dolido magnifican hasta lo inimaginable. Matrimonios que otrora se hubiesen dado una segunda oportunidad hoy se rompen con demasiada facilidad por no magullar a nuestro ego dolido. Dentro de poco, un proyecto de vida se romperá en diez días. Por no hablar de los muchísimos matrimonios que se han celebrado y se celebrarán apoyados en la certeza de que el divorcio existe, una especie de «si no queda satisfecho, le devolvemos su soltería».
Nadie se preocupa por los hijos. Corrijo, pues los colectivos feministas han puesto el grito en el cielo al oír hablar de custodia compartida: nadie se preocupa verdaderamente por los hijos. Problemas de custodia, turnos de fin de semana como quien comparte una plaza de garaje: «Yo lo dejo a las tres y entonces te toca a ti». Niños que se convierten en armas arrojadizas con las que atormentar al otro. Jueces que deciden quien merece verlos a diario con criterios, cuando menos, discutibles. El divorcio se convierte en un combate por la dignidad. Quien se queda al niño, gana. La gente que negocia así con sus hijos (muchos más de los que ustedes se imaginan, que no es oro todo lo que reluce), sencillamente, me produce náuseas. Lo veo a diario en los nuevos Juzgados de Familia.
Hijos que además, parece que no tienen opinión. Cuántas veces se han visto madres sobreprotectoras que se niegan a llevar a sus hijos ante el juez porque «es muy pequeño y no quiero que se le cree un trauma». Otra vez nos engañamos con la psicología barata. Señora, su hijo no se va a traumatizar por ver al juez; de hecho cuando un juez interroga a un niño, lo suele hacer en un ambiente lo más aséptico posible, y sin la toga: de hecho ya está traumatizado (aunque a veces lo disimule) porque su padre y su madre no viven juntos ni se quieren.
Y, como dije antes, hay parejas que se casan un poco a la ligera porque, en todo caso, un buen divorcio siempre puede solucionar nuestros errores. La pareja que se casa a la ligera, tiene hijos a la ligera, casi porque toca. Y luego... ya sabemos lo que pasa.
No digo que uno no tenga derecho a salir rápido de un mal matrimonio, o que los homosexuales no tengan derecho a casarse y a adoptar. Sólo digo que asuntos tan serios merecen muchas y muy profundas reflexiones. Primero, por parte del Estado que regulará la creación y disolución de esas familias. Pero, mucho más importante, reflexión por parte de todos, y digo todos, los que se verán afectados. Porque siempre hay terceros perjudicados en los que no pensamos a tiempo. Todos tenemos derecho. Incluso los otros.
4 comentarios
Declan Painkiller -
Declan Painkiller -
CAPITAN CALANDRAKA -
Lian -
En mi caso yo soy de las raras raras raras, ya que llevo casada la friolera edad de casi 15 años (casi me caso con pañales jajajaj) y de momento estamos juntos y espero que por muchos años. Mi hijo siempre se ha educado con el tipo de modelo familiar tradicional, no quiero decir que otro tipo de modelo familiar (divorciados, gays, lesbianas) me parezca mal, al contrario creo que lo importante es que los niños se encuentren en un hogar estable sea como sea.
En fin que un post muy currado.
Besitos